EL AJEDRECISTA QUE NO VOLVERÁ A PASAR

04.04.2017

A un costado del Central Park, dos hombres se reúnen. Estrechan sus manos. Piden una copa. Pep Guardiola y Garry Kaspárov, para muchos, el mejor ajedrecista de todos los tiempos, hablan de sus vidas. Es octubre de 2012 y el ahora entrenador del Manchester City, disfrutaba su año sabático en New York

La conversación fluía. Se reían. Camuflados detrás de lentes oscuros y en la mesa más apartada del restaurant de turno, hablaban de la competencia de alto nivel. Surgieron conceptos interesantes: estrategias, visualización de objetivos, entre otros. No obstante, la mente de uno de ellos se detuvo en una idea. En la frase: "Es imposible".

Kaspárov afirmó que era irrisorio pensar que volvería a ser el mejor. Que su mente no estaba dispuesta a sufrir una partida de cinco horas. Ni menos el desgaste que eso significaba. Que ahora el tiempo libre era su mejor aliado. Y que la intensidad con la que disputaba sus encuentros ya no era la misma.

Cuando leí este fragmento del libro "Herr Pep", Crónicas del primer año de Pep Guardiola en el Bayern Munich, recuerdo haber pensado en Roger Federer. Fue en aquel periodo de seis meses dónde el suizo había decidido ausentarse de toda competencia. Ese lapsus que todos sentimos. Dónde el caballero del tenis se encerró a meditar. A pasar tiempo con sus hijas. A vaciar la mente que tanto exige.

Ya han pasado 48 horas desde que Roger venció a Nadal en la final de Miami. Tres títulos en un año. Tres campeonatos disputados. Y mientras veía al manacorí no encontrar respuesta a un helvético aceitado, lanzador de mágicos golpes desde fondo de cancha; Kaspárov me hizo eco entre los elogios de los comentaristas de ESPN.

En un instante, la analogía entre Roger y un ajedrecista, era perfecta. Así como el segundo mueve sus piezas para derribar a su rival, Federer, dentro de su lógica, hacia lo mismo. Sin peones, ni caballos, pero sabiendo que él sigue siendo el rey del circuito, el mejor de todos los tiempos demolió toda intención del español de llevarse la corana.

Y nos demostró otra cosa. Que hasta los dioses son capaces de reinventarse. Que la metáfora de Kafka no es solo un cuento. Si creíamos que el buen comienzo de año era lo último que habíamos visto de FedEx, con este baile en Cayo Hueso, nos confirmó que estábamos equivocados. Que la perfección es la búsqueda constante de las soluciones a aquellas dudas infinitas y que haberse refugiado en los Alpes suizos fue lo mejor que podría haber hecho.

Con un ritmo de juego supra terrenal, muy veloz y preciso, el Roger se instaló dentro de la cancha para construir una obra de arte refinada y fugaz. Así, evitaba que el tiempo se alargase, como aquel cuadro de Salvador Dalí y sus relojes. Rápido, fugaz, eficiente y demoledor. Roger controló a Nadal de principio a fin, generando ángulos posibles que, sin el suizo, seria catalogados de lo contrario.

Se lo veía concentrado. Por momentos acelerado, pero sin caer en ese error tan tenístico que se suele cometer. El de perder ocasiones por querer cerrar los puntos rápido. Roger no cae en esa tentación. Pareciera que ahora su talento, es más evidente ante los ojos nuestros. Que su tenis es más bello y un poco más fácil. Solo una ilusión. Hemos caído en su gran truco.

Solo Roger lo sabe hacer. Solo él pueda reinventarse a esta edad. Federer entendió que los jóvenes tienen la energía que se fue en sus mejores años. El ejemplo de Kaspárov lo evidencia, pero la magia y la clase, silencian las palabras del ruso.

Kyrgios, un joven rebelde australiano, lo intentó. Dio en el palo. Pero Roger dejó atrás la especulación. Golpes como el slice de revés, parecen haber desaparecido. Ahora es todo iniciativa. Lanzar, mover esos pies como nunca y adelantarse a las jugadas del rival. Cosa que cada día llama más la atención. Incluso, en la segunda manga, se evidenció como en el cuatro iguales, Federer salió a quebrar el saque del español. Lo consiguió. Cómo si todo estuviese acordado.

Si Roger fuese mi amigo, no lo invitaría a ver fútbol. Diese la impresión que los años le han dado el placer de adelantarse a los hechos. Gritaría los goles primero que yo o sabría si el lineman levantará la bandera o no.

En un genio sin parámetros de comparación. Lo dejaremos de ver. Por un tiempo. Dice adiós a la temporada de arcilla. Sólo jugará Roland Garros. Lamentable, sí. Pero ¿Y qué?, si cada vez que retoma el tenis vuelve así, estoy dispuesto a esperar lo que sea para que eso ocurra.

Quizás no estemos ante el mejor Roger, o quizás sí. Nadie ahora lo puede saber. Kaspárov diría que ya pasó su momento. Wawrinka y Nadal afirmaron lo contario. Que si sigue así, volverá a ser uno del mundo. No nos cabe duda de que así será. Pero por mientras, junten tiempo. Junten ganas. Que cuando vuelva su majestad, hay que estar ahí. Frente a la pantalla. Porque este cometa pasará un par de veces más. Y después habrá que ir a los archivos. Porque esa luz, esa magia y ese talento, solo se ven pocas veces en la tierra.

Columnista de Opinión

Escrita por Matias Lorca Flores

@Matilorcra en Twitter

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